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HONDURAS

LA VANGUARDIA: Diario Itinerante

Andy Robinson
Corresponsal volante

 
Banana Republic ya no es para shopping


William Ratliff, neoconservador de Hoover Institute -OAS Adopts Banana Republic Policies- se sumó a aquel espíritu numantino, el de Roberto Micheletti, de la asociación empresarial hondureño COHEP, del ejercito del general Romeo Vásquez y –¿por qué no decirlo?- de nuestro enviado especial en Tegucigalpa, al afirmar el lunes en el Wall Street Journal: "Los que juegan a la política de la república bananera no es el gobierno (sic) de Tegucigalpa sino Zelaya, Insulza, la ONU y todos los miembros de la Organización de Estados Americanos (que son 33 sin incluir ni a Cuba ni a Honduras)".

Solo le faltaba incluir entre los republicanos bananeros a la Unión Europa. Pero lo cierto es que Micheletti and company ya han cambiado el mundo o al menos han cambiado cada centro de shopping desde Nueva York a Anchorage. Porque medio siglo desde el golpe guatemalteco, Banana Republic -la cadena de moda donde yo compro mis calzoncillos boxer- vuelve a evocar imágenes de juntas militares, invasiones mercenarias y masacres antisindicales en defensa de grandes multinacionales fruteras como la United Fruit Company.

Como en los viejos tiempos. Para averiguar esta prueba ya concluyente de que la historia no terminó con la globalización del mall de compras –véase Fukuyama; shopping- , llamé a la central sindical Cosibah en Tegucigalpa y pregunté por Iris Munguia, trabajadora de una plantación bananera de la multinacional Chiquita y delegada de Cosibah responsable de la tercera parte de la fuerza de trabajao bananero en Honduras que son mujeres.

Puesto que se ridiculizó la decisión de Zelaya de subir un 60% el salario mínimo en Honduras a finales del año pasado, tachándolo –es la palabra que siempre les sale cuando hablan de Zelaya- de "temerario", le pregunté a Iris si recordaba como se reaccionó en las plantaciones a la decisión: "Hubo alegría, sobre todo en las fincas nacionales", dijo.

En las fincas de empresas hondureñas, los trabajadores cobraban hasta entonces el salario mínimo de 3.400 lemprias mensuales (unos 170 dólares) por recoger plátanos doce horas al día a temperaturas tropciales, a veces rociados de pesticidas tóxicos.

Así que la subida hasta 300 dólares mensuales no vino mal. En las plantaciones de Chiquita - más conocida por estudiosos de golpes de Estado en América Latina como la United Fruit Company- tampoco sentó mal la noticia pese a que cuentan con sindicato y convenio colectivo. Porque, a fin de cuentas, "cobramos ocho o nueve dólares al día, no mucho más que el salario mínimo", afirma Munguia en una conversación telefónica desde Honduras.

Pero en la sede en Tegucigalpa del Consejo Hondureño de la Empresa Privada (Cohep), que agrupa a empresas nacionales e internacionales, el anuncio de Zelaya produjo todo menos alegría. "No nos extrañe que muchas se vayan a El Salvador", advirtió su presidente, Amílcar Bulnes. Por cierto Bulnes comentó al enviado especial de La Vanguardia en Tegucigalpa la semana pasada antes de anunciarse un toque de queda matutino y vespertino en Honduras, que "aquí no hay muertos ni detenidos. Los partidarios de Zelaya se manifiestan sin problemas".

También les preocupó a los jefes de Cohjep que las empresas se fueran a Nicaragua, "donde el salario mínimo está muy por debajo del nuestro ahora", afirma Evelyn Bautista de Cohep en una conversación con La Vanguardia. Yo estuve a punto de sugerirle a Evelyn que precisamente uno de los objetivos del grupo ALBA de coordinación regional bolivariana es evitar estas practicas insolidarias de "beggar thy neighbour" salarial –mendigar al vecino- entre los pasies latinoamericanos tan fácilmente aprovechadas con deleite por las multinacionales sueltas de pie. Pero no me atreví.

El salario mínimo por día para un trabajador agrícola en Nicaragua es de 2,06 dólares; 3,24 en El Salvador frente a 7,15 ahora en Honduras y 9,08 en Costa Rica. El diario hondureño El Heraldo informó en enero de que Chiquita y Dole - antes Standard Fruit- habían comunicado a Cohep su disgusto por el aumento del salario mínimo, aunque la patronal no ha confirmado esta noticia.

El portavoz de Dole en Honduras dijo en el mismo diario: "Estamos presentes en varios países del mundo y simplemente vamos a otros países a producir dependiendo del coste". No era por nada que la United Fruit -de sede en Ohio- se conocía como "el pulpo" por sus tentáculos largos de alcance trasnacional y ventosas diseñadas para pegarse y sofocar a cualquier gobierno con aspiraciones de soberanía.

Por todo esto, quizás no sea sorprendente que los empresarios de Cohep calificasen el secuestro del presidente Zelaya hace un mes como la "prueba de que las instituciones de nuestro orden democrático funcionan de acuerdo con la ley", mientras que Cosibah y los trabajadores de las plantaciones bananeras hablan de golpe de Estado.

"Estamos en contra de un golpe de Estado, sea quien sea el presidente", dijo Munguia. La afirmación de Amílcar Bulnes de la COHEP acerca de la libertad de manifestación de los "partidarios" de Zelaya tiene truco digno del presidente de la organización patronal, dice: "Si estamos ausentes dos días seguidos del trabajo la empresa nos echa; hace falta esperar al fin de semana".

Los aumentos del salario mínimo se consideran una parte imprescindible de los programas contra la pobreza en países como Brasil, Argentina y Venezuela, dice Nora Lustig, economista de la Universidad de Nueva Orleans y autora de un nuevo libro sobre la pobreza en América Latina. Aunque añade: "No debería subir demasiado alto, sólo para crear un umbral mínimo", dijo.

Supongo que los numantinos consideran que siete dólares al día rebasa el umbral mínimo. Peor, claro, ellos jamás han trabajado en una plantación de plátanos Aunque hayan mejorado sus políticas laborales en los últimos años, Chiquita y Dole "siempre utilizan la amenaza de marcharse a otro país en las negociaciones con los sindicatos", dice Alistair Smith, de la ONG Bananalink en el Reino Unido.

"Esto provoca una carrera hacia el fondo, una espiral bajista de los salarios", añade. "Ecuador ha sido el país con salarios más bajos". Ahora que Ecuador es meimrbo del ALBA, "amenazan con ir a África", dice Smith. En realidad, Chiquita y Dole no son los mas culpables de estas políticas de chantaje sino las cadenas de grandes superficies multinacionales.

"Nada mas lejos de mis intenciones disculpar a Chiquita y Dole pero las cadenas de al por menor han presionado tanto sobre los precios de plátanos que es difícil sacar un beneficio en el negocio del platano", dice. Total, la lucha por y contra la republica bananera no es lo que era. En Guatemala en 1953, la CIA organizó un golpe de Estado contra el presidente Jacobo Arenz.

"Su único crimen - explica Greg Grandin, historiador de la Universidad de Nueva York- era expropiar con plena indemnización la United Fruit Company". Y a los lectores de Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez, les sonará el asesinato de 75 trabajadores de la United Fruit en Magdalena (Colombia) en 1928.

(Inverosímilmente Michael Reid, redactor jefe de The Economist en America latina arremete contra Márquez en su libro el "Continente olvidado" por exagerar la gravedad de la masacre y (sic) "pulir la mitología de las teorías de dependencia" , un ataque de filisteísmo solo comparable con el comentario de Antonio Caño en El País de que "Las venas abiertas de America Latina" de Eduardo Galeano -regalo de Hugo Chávez a Obama- "carece de fundamento científico")

Y en 1910 Honduras se convirtió en la república bananera por antonomasia, cuando el magnate frutero oriundo de Alabama Samuel Zemurray, rival de la United Fruit, fue a Tegucigalpa con dos gángsters mercenarios - Lee Christmas y Guy Ametrallador Molony- para derrocar al presidente Miguel Dávila, que le había negado derechos de explotación bananera.

Entonces carente de su espirito numantino Honduras se doblegó ante la intimidación de los invasores estadounidenses y Dávila dimitió. "Puedo comprar a los legisladores hondureños por menos que un burro", fanfarroneó Zemurray.

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